sábado, 7 de diciembre de 2013

De ventolín y abanicos

Si cierro los ojos aún puedo verla sentada en su butacón al que la había relegado su asma crónico , rodeada de inhaladores de ventolín y de abanicos . Sencillamente  vestida y con gafas de carey ahumadas, nunca llevaba pendientes, ni se pintaba las uñas debido a una promesa que hizo antes de nacer yo. Su únicas alhaja , como ella las llamaba eran dos grandes pulseras de oro rígidas que su padre le regalo cuando se fue de su Marruecos natal ,
Tintineaban cada vez que movia las manos y jamás se las quitaba

Mi abuela Lucía, de la que heredé mi nombre era una señora de la vieja escuela . No creo que nunca la viera cocinar pero sabía, decía que para saber mandar algo, primero hay que saber hacerlo. De ella aprendí que una señorita siempre deja algo en el plato por dos motivos , que el anfitrión no piense que puso comida de menos y porque las señoritas no tienen nunca tanto apetito. El decálogo de buenas maneras era siempre muy tenido en cuenta ya que para mi abuela el mayor de los pecados de una mujer era ser mal educada, ser fea se podía perdonar, ser grosera nunca. 

Al llegar a su casa cada domingo ,
me pedía que me sentara a su lado y le narrara con todo lujo de detalles cuanto había hecho en esos días. Decía que era una contadora de cuentos nata y que mi carácter y mi buena disposición me abrirían cualquier puerta. 

Nunca fue cariñosa ni afectiva de
Forma manifiesta. Le agobiaban los besos y los abrazos en exceso pero
Encontró cientos de modos para transmitir cariño y afecto a los que la rodeaban. No le gustaban los perros y no le gustaban los niños. Elementos que distorsionaban su mundo de paz. Le gustábamos sus nietos, pero nunca nos trató como a niños, nos hablaba de cualquier cosa y no usaba un lenguaje almibarado con nosotros.

En su matrimonio siempre se mantuvo en un segundo plano , dejaba que mi abuelo brillara en medio del escenario pero todos sabían quien entre bambalinas movía los hilos. Mi abuelo nunca daba un paso sin consultar su opinión pero
Mi abuela dejaba que creyera que era el y sólo el, el capitán de ese barco. Odiaba  hablar de política, odiaba el humo de los cigarrillos que mi desconsiderada familia fumaba siempre a su alrededor. No especialmente habladora, pero muy sociable.

 En Navidad simplemente perdían la cabeza, los preparativos comenzaban en noviembre. Listas infinitas de cosas que comprar, comida de todo tipo y adornos por doquier. Y cada año mi abuela se ocupaba de que se comprara  una tableta de chocolate de la que sólo podíamos comer mi abuelo y yo . Era nuestro especial de Navidad.

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